¿Preocupa la abstención a la clase política?


Schumpeter afirmaba que lo que distinguía a una democracia no era lo que sus gobernantes hacían, sino cómo éstos llegaban a serlo. De esta manera, solo cuando la política se ha alejado lo suficiente de la ciudadanía, es posible acatar la idea de que democracia pueda ser que una minoría gobierne a la mayoría, con el único requisito de que esta minoría haya sido elegida bajo unas condiciones determinadas. Esa visión solo puede triunfar cuando los ciudadanos dejan de ser una comunidad, y pasan a verse a sí mismos como individuos que votan aisladamente al candidato que piensan que más les va a beneficiar. ¡El liberalismo elitista ha triunfado en política!

Sin embargo, el funcionamiento de este modelo requiere, cada vez que se aproximan unas elecciones, acometer una reactivación electoral, ya que en los períodos de tiempo que transcurren entre unas elecciones y otras, el compromiso activo de algunos votantes puede verse mermado o incluso “dormido”. ¿Por qué? Yo entiendo que este hecho se produce principalmente por dos razones: la primera es que en estos períodos inter-electorales no existe ningún diálogo entre los políticos y el cuerpo electoral. La segunda tendría relación con la escasa participación política que, más allá de las elecciones, permite el sistema. Estas carencias acaban implicando un aumento de la abstención durante esos periodos.

No obstante, cuando se aproximan elecciones, tal y como se ha señalado, tiene lugar un proceso que busca “despertar” nuevamente ese compromiso de los votantes para, de esta manera, reactivar el interés en el proceso electoral. ¿Cómo se puede hacer? Existen multitud de mecanismos, pero el más sencillo es introducir una mayor cantidad de contenido político en la programación televisiva. En consecuencia, se consigue un repunte de votos cercano al comienzo de cada proceso electoral. Este hecho es fácilmente comprobable si ojeamos el siguiente cuadro[1]:


En la gráfica se puede apreciar la tendencia que se recoge en el texto. La abstención (en rojo) oscila continuamente, pero es posible vislumbrar como descendió justamente en los años en los que hubo elecciones generales (1996, 2000, 2004, 2008 y 2011). En el caso de las elecciones autonómicas y europeas el efecto movilizador lógicamente es menor, aunque apreciable en cualquier caso. Mención aparte merece el enorme crecimiento que experimenta la abstención después de las elecciones generales del 2011. Todo esto nos conduce a una premisa muy visible: antes (e incluso durante) de cada proceso electoral se trata de combatir la abstención. ¿Por quiénes? Principalmente por los propios políticos, cuyo discurso propugna un llamamiento generalizado a las urnas, de hecho son ellos quienes, por ejemplo, en la llamada jornada de reflexión (cuando ya no pueden pedir el voto para su formación) unánimemente suelen pedir a la gente que acuda a votar al partido que sea. De esta manera, es factible concluir que los actores principales del sistema político (clase política) no desean que existan unos altos niveles de abstención en las elecciones.

Una vez aclarado el punto anterior, la clave estaría en identificar el porqué de esa animadversión de la clase política hacia la abstención. En alguna otra ocasión he aludido que uno de los indicadores de aceptación en los sistemas representativos es el número de votos válidamente emitidos. Aunque un partido obtenga más o menos representantes, la legitimidad de éstos será inversamente proporcional a la abstención que haya habido en ese proceso electoral. En realidad, no existe otra fuente de legitimidad, ya que los candidatos son elegidos desde unas organizaciones privadas (partidos) que luego podrán sancionarles si, una vez en el Parlamento, deciden romper la disciplina de voto. Por tanto, la legitimidad no nace de la relación con sus electores, puesto que ésta no existe, sino del número de votos populares que avalen el proceso por el cual dejan de ser candidatos para convertirse en diputados.

Pero, ¿qué implica todo este proceso? La aceptación de que es válido que una minoría mande sobre una mayoría, lo que confirma taxativamente la existencia de una clase política, en los términos planteados por Gaetano Mosca. En consecuencia, al ser una clase minoritaria la que ejerce el poder, no se podrá hablar de democracia, sino de oligarquía, aunque ésta haya sido elegida tal y como demandaba Schumpeter.
 

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