¿La crisis como oportunidad? ¿Para qué y para quién?



En la actualidad se tiende a pensar que, de alguna manera, toda crisis puede esconder una oportunidad. Fue John F. Kennedy quien popularizó este principio, cuando dijo aquello de que en chino la palabra crisis puede componerse de dos caracteres, representando uno de ellos el peligro y otro la oportunidad. No obstante, expertos como Victor H. Mair, profesor de literatura china en la Universidad de Pennsylvania, han cuestionado esta idílica interpretación. Mair sostiene que la primera parte de la palabra en cuestión puede significar “peligro”, pero la segunda parte parece ser que tiene una variedad de significados, de modo que otorgarle uno (el de oportunidad) sin tener en cuenta el contexto en el que se emplea no es adecuado[1].

Sin embargo, no son pocos los que afrontan una crisis con optimismo aludiendo al espíritu del principio antes citado. Evidentemente, el afrontar las adversidades con cierto grado de optimismo no lo entiendo desaconsejable, al menos siempre que no olvidemos que toda crisis requiere una actuación decidida. Ahora bien, normalmente pocas cosas en el mundo suceden por casualidad, y si la idea de que crisis es igual a oportunidad todavía persiste, atenderá a una razón. En mi opinión, el poder para sustentarse requiere infundir miedo y esperanza a partes iguales. Este poder conoce perfectamente que un pueblo sin esperanzas es un pueblo que no tiene nada que perder, lo cual es peligroso porque puede implicar revueltas. Por tanto, cuando una crisis es colectiva, como la actual, se necesita insuflar cierta esperanza en la población.

La retórica utilizada por los gobernantes invita a la esperanza, pero no descuidan el miedo, por eso se arman (material y legalmente) para posibles escenarios de protestas, lo cual parece incoherente, ya que si el futuro que plantean será mejor, ¿por qué debería haber protestas? La clave está en los recortes (en asistencialismo y derechos laborales). Se dice que estas reformas van encaminadas a combatir la crisis, pero ¿son las normativas laborales y asistencialistas de los Estados la causa de la crisis? En este sentido hay que recordar que desde que se adoptó el sistema de libre mercado han existido crisis cíclicas[2]. Con ello, no significa que ignore el déficit de los Estados, pero justificar los recortes amparándose en él es absolutamente inmoral, pues éste se produce o porque se gasta mucho o porque se ingresa poco. Así pues, queda en manos del Gobierno decidir dónde se gasta y de quiénes se ingresa. El llamado Estado de bienestar puede seguir manteniéndose si se gestionan bien los recursos, otro asunto es que desde la caída de la URSS no exista la misma necesidad de hacerlo.

En cambio, se decide golpear con dureza a los derechos de los trabajadores. En España con una tasa altísima de parados, se opta por acometer reformas en el “mercado” (aquí me chirría esa palabra) laboral, con el objetivo de abaratar (aún más) el despido. Primero lo hizo Zapatero, pero el Partido Popular todavía fue más lejos. Los defensores de esta lógica arguyen que el empresario, al no contar con unas condiciones tan rígidas a la hora de despedir, dispondrá de mayor flexibilidad para contratar. En cambio, esta premisa olvida que el empresario contrata cuando hay mercado disponible y, por tanto, prevé vender su producto y obtener cierto margen de ganancias. Pero, por muy barato que esté el despido, el empresario, si no ve condiciones propicias para hacer dinero, no va a contratar. Por el contrario, si el despido está barato y el mercado no va a dar beneficios en un corto – medio plazo, los empresarios optarán, sin dudar, por el despido. Para corroborar este sencillo razonamiento basta con observar que la cifra de paro en noviembre del 2012 (con tiempo suficiente para que la reforma del PP haya actuado) fue del 26,20%, mientras que en julio (cuando entró en vigor la reforma) era del 25,10%.

Las políticas laborales no son las que condicionan al mercado, sino justamente al revés. Por tanto, cuando la crisis acabe aminorando no será gracias a la reforma laboral, ya que su papel nunca fue este, sino el de construir un marco de contratación muy favorable para los empresarios. Por otra parte, cuanto más barato resulte despedir, más fácilmente podrá el empresario usar el despido como un recurso intimidatorio. Además, dicho recurso funciona mejor cuando hay una alta tasa de paro, tal y como sucede ahora. Asimismo, esa alta tasa de paro es la que obliga a los asalariados a aceptar los trabajos, incluso en las peores condiciones, porque si no lo hacen habrá multitud de personas dispuestas a no rechazarlo. Este fenómeno ya fue advertido por Marx, quien lo llamó:”ejército industrial de reserva”.

Por estos motivos, la crisis ha supuesto un reto para el establishment, el cual ha seguido repartiendo miedo y esperanza. El miedo lo despierta el endurecimiento de los mecanismos de coacción del Estado. La esperanza la ha protagonizado el deseo de que la crisis acabe terminando y que incluso “aprendamos” (ni que ésta fuera nuestra responsabilidad) de la misma. Esta premisa encuentra anclaje en el, posiblemente malinterpretado, pensamiento oriental de que toda crisis se puede entender también como una oportunidad. El poder sí ha visto una oportunidad, y ha sabido aprovechar la crisis para reforzar sus puntos de apoyo. Se ha vendido esperanza para mantener al pueblo controlado, mientras se practican unos recortes que, aún justificándose en la crisis, han venido para quedarse.


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[1] Es honesto reconocer que he descubierto esta curiosa anécdota a través de: http://www.cookingideas.es/la-falacia-de-jfk-crisis-y-oportunidad-no-son-sinonimos-en-chino-20100507.html (A pesar de ello, para asegurarme, he consultado más fuentes)
[2] QUESADA, Rodrigo. Las crisis económicas en el sistema capitalista. Elementos para su historia.2009 Globalización.

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