La huelga es un conflicto, y si
se ha llegado a ella es porque las vías de negociación han fracasado o una de
ellas se ha impuesto (arbitrariamente) sobre las demás. Bajo esta premisa, se
entiende que la huelga es el instrumento por el que una de las partes del
conflicto ha apostado, y además será dicha huelga la que, finalmente, predisponga
el resultado que no pudo lograrse mediante la negociación. Por tanto, la huelga
es un escenario que sirve para medir la correlación de fuerzas de los bandos en
conflicto. Es cierto, que se puede ilustrar este conflicto a través de
sindicatos y patronal, pero ello supondría incurrir en un reduccionismo, puesto
que se trata de algo cuyas implicaciones son mucho mayores.
Por todo ello, el nivel de
seguimiento de una huelga determina cual de las partes va a recibir el bastón
de mando. Porque, como en un partido de fútbol, habrá un bando vencedor, y ese
hecho no debe subestimarse. La CEOE es la primera que no lo hace, y así lo deja
ver en sus declaraciones, como éstas concernientes a la huelga del 14N: " (es) inoportuna (la huelga) porque
no es el momento de tensionar a la sociedad española, e irresponsable porque
afecta directamente a la actividad económica, al empleo y a la imagen exterior
de España”[1]. Es evidente que
esta frase denota una intencionalidad clara, que se encuentra motivada por unos
intereses que dependen, en buena medida, del resultado de la huelga.
Pero, y he aquí lo más
importante, declaraciones como la anteriormente citadas no son las únicas
artimañas de los empresarios para intentar ganar este conflicto que es la
huelga. Las coacciones, sutiles y elegantes en ocasiones, de las que hacen gala
los empresarios para intimidar a sus trabajadores, cuando se acerca una huelga,
son la piedra angular de su plan antihuelga. Este es el elemento que hace necesario
un contrapoder que responda a estas prácticas poco éticas. De esta manera, los
piquetes, recobran un sentido en las huelgas modernas. Los piquetes pueden
recabar estas coacciones y acudir, por tanto, a las empresas que son conocidas
por amedrentar a sus trabajadores. Del mismo modo, cualquier trabajador que
acude a su puesto de trabajo, en día de huelga, amenazado por sus jefes, comentará
con los piquetes ese mismo día, las prácticas desleales a las que es sometido.
Por todo ello, los piquetes buscarán actuar en centros comerciales o fábricas
cuya extorsión a los trabajadores sea vox
populi. La meta prioritaria, por tanto, no es cerrar pequeños negocios,
regidos por autónomos, sino ejercer de contrapoder en los centros de trabajo en
los que se impone la autoritaria cadena de mando, que proporciona el capital
sobre el trabajo.
Para concluir, hay que reconocer
que en algunos piquetes puede haber personas que acaben recurriendo a cierta
violencia, generosamente recogida y difundida por los medios de comunicación,
pero son incidentes que suelen ser aislados. De la misma manera, también se
entiende que los incidentes desagradables son minoritarios en la clase
empresarial, como el de aquel inmigrante que perdió el brazo izquierdo y su
empresario lo abandonó cerca de un hospital[2].
Lo que no se podrá eliminar nunca, es la situación injusta de la que
parte
cualquier trabajador desorganizado frente al empresario. Ya que, el
asalariado alquilará
su fuerza de trabajo al empresario, apropiándose este último de la
plusvalía
que se genere. A pesar de ello, el ordenamiento jurídico salvaguarda con
mayor ímpetu a la propiedad, que es lo que tiene el empresario, frente a
la
mermada protección que recibe el trabajo, que es el bien principal del
asalariado.
Estas características son las que obligan a la parte en desventaja a
organizarse.
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