Es cierto que es más fácil analizar unos resultados a posteriori que adivinarlos. A pesar de ello, las elecciones catalanas del 25N hay que interpretarlas con unas herramientas que nos permitan comprender el fenómeno, sin caer en los mismos reduccionismos que los políticos y los medios. Aclarado esto, creo que pocos analistas podían preveer la magnitud de la debacle electoral de CIU, aunque era previsible que sus políticas de ajuste le acabaran pasando factura. En este sentido, los gobiernos de un Estado, gracias a él, tienen más margen de maniobra. Por ese motivo pueden recortar hoy, y ello no les impediría mañana ganar unas elecciones. Pero, en el ámbito autonómico, cuyo marco no permite esa maniobrabilidad, superar electoralmente los recortes que hizo CIU sería el principal quebradero de cabeza de sus asesores. De esta manera, llega la Diada de Cataluña, y tras su inconmensurable éxito, las mentes pensantes del partido de Mas dan con la solución: ¡Planteemos la cuestión soberanista!
La jugada estaba sobre la mesa, y sencillamente era brillante. Era el medio perfecto para seguir asegurando el fin de CIU: el poder a largo plazo. Evidentemente, gobernar dos años más y luego perder las elecciones de nuevo no era aceptable para CIU. Era preferible liderar el movimiento independentista, que ya existía anteriormente, para seguir conservando el poder en un hipotético Estado catalán, con las consabidas ventajas, y mayor libertad, que esto acarrearía a sus futuros gobernantes. Mediante esta argucia se buscaba impedir la aparición de las condiciones adversas que, inevitablemente, se habrían acabado presentando a medio plazo.
Una vez planteadas estas cuestiones, creo honesto confesar que mi actitud abiertamente cosmopolita me impide posicionarme a favor de ningún nacionalismo[1], pero a la vez comprendo que la pertenencia a un Estado debe decidirse libremente, y ésta no debe sostenerse sobre rígidos principios legales que actúan más como dogmas jurídicos (atando a sus ciudadanos a instituciones políticas) que como un ordenamiento que regula unas condiciones de vida favorables para la mayoría.
Asimismo, no puedo compartir la visión hegemónica propagada, en plena resaca electoral, por los distintos medios. Es obvio, que la pérdida de 12 escaños de CIU debe ser tenida en cuenta, pero ¿este hecho responde exclusivamente a que sus votantes rechazan la propuesta independentista? ¿No sería más lógico aplicar la navaja de Ockham, e identificar su política de recortes como la causa principal de su merma de poder? Es más sensato analizarlo desde este punto de vista, puesto que la propuesta soberanista de Mas no lleva el suficiente tiempo en juego como para que un votante de CIU, convencido hasta el momento, cambiara su voto por ello, máxime considerando que CIU es un partido nacionalista y esto no debería escandalizar a su base electoral. En cambio, los recortes sí llevan un tiempo prudencial afectando a los catalanes, por lo que su hartazgo con éstos si puede ser un elemento a tener en cuenta.
Además, sigamos con la navaja de Ockham, si el independentismo catalán hubiera sido la causa del fracaso de CIU, implicaría que esta opción no tendría el suficiente arraigo en la sociedad, por lo que las opciones ganadoras en la contienda habrían sido los partidos (PP, PSC y CS) que defienden el modelo opuesto, sin embargo la suma de éstos no llega siquiera a alcanzar los escaños de CIU. También habría sido posible interpretar que la opción independista no tiene suficiente fuelle en Cataluña, si en estas elecciones hubiera habido una abstención considerable, hecho este que tampoco ha sucedido.
En realidad, estos comicios, albergaban la cuestión soberanista como aspecto subyacente, de hecho es posible considerarlos como un pre referéndum; como una primera vuelta (al estilo de las presidenciales francesas) en la que los electores independentistas y no independentistas votan teniendo en cuenta este elemento, sobre el que es posible que más tarde tengan que decidir directamente. Y concebido de esta manera, la lectura no deja lugar a dudas: El bloque anti independista (PP, PSC y CS) obtuvo 48 escaños. El bloque pro independentista (CIU, ERC y CUP) suma 74. Mientras que, ICV que puede no ser netamente independista, pero que se posiciona claramente por la consulta, cuenta con 13 escaños, y podría contabilizarse aparte.
De esta manera, CIU, tras el batacazo electoral puede, si quiere, seguir adelante con la consulta popular. Ya que, sería posible alcanzar un acuerdo de mínimos con ERC (e incluso incorporando a CUP e ICV), para más tarde (si deciden hacer las cosas bien) convocar aquellas hipotéticas elecciones (en una Cataluña con Estado propio) a Cortes Constituyentes, en las que PP y PSOE podrían no existir como formaciones políticas en Cataluña, puesto que serían partidos pertenecientes a otra organización territorial. Todo ello, si no existieran injerencias de ningún tipo. Si CIU rechazara esta posibilidad y optara por la vía “fácil” de buscar un gobierno para “salir del paso”, probablemente éste no tendría estabilidad, ni margen de maniobra, ni, probablemente, mucho más que ofrecer. Por lo que, CIU podría perder el poder antes de cuatro años en una posible moción de censura (la política hace extraños compañeros de cama). El plan de CIU era la consulta, era su medio para seguir gozando de ese poder. Lo más sensato (para sus propios intereses también) en el contexto actual que, en cierta manera, han creado es seguir adelante, porque la correlación de fuerzas le es favorable. Ellos se han metido en este lío, pero más lío les supondría ahora entrar en pactos extraños con fuerzas políticas con las que no se van a entender.
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[1] Mi opinión sobre los nacionalismos catalán y
español queda expresada en este artículo.
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