Una teoría sobre el origen de las guerras



En la actualidad, cuando las tensiones entre dos facciones cualesquiera se tornan irresolubles, se acude a la guerra para que ésta dicte sentencia. En realidad, no es tanto el mero desacuerdo el que desata el conflicto, sino los intereses de cada una de las partes. Los motivos pueden ser varios: tierras, recursos naturales, asegurar posiciones geoestratégicas, o incluso el desarrollo económico que se produce bajo el terrible paraguas de la guerra. Cuando estos elementos resultan ser los más determinantes, al menos en conflictos entre dos potencias, es cuando cobra sentido la pregunta de si la guerra ha podido existir desde el principio de los tiempos.

<<El primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!» >>

Este fragmento pertenece al Discurso Sobre el Origen de la Desigualdad, de Jean – Jaques Rousseau. En él el filósofo ginebrino, al respecto, hace una observación muy interesante, ya que relaciona el surgimiento de la guerra, así como de otras tantas calamidades, con un momento muy concreto de la historia: el abandono del nomadismo y la adaptación de un estilo de vida sedentario. ¿A qué se debió este cambio? Al descubrimiento de la agricultura (y ganadería). Estos avances hicieron posible abandonar el modo de vida del cazador – recolector, y permitió al ser humano, con todas sus implicaciones, arraigar en un trozo de tierra determinada.

Sin embargo, antes de la agricultura, durante el Paleolítico, el humano vagaba por todas partes estableciéndose muy poco tiempo en cada lugar. En cuanto se agotaban los recursos de un sitio se marchaban a otro distinto. Tan sencillo como eso. ¿Qué ocurría? Que no había tierra, ni recursos naturales, ni construcciones de las que apropiarse. Asimismo, la organización en pequeños clanes, y el hecho de que el único “botín” de guerra pudiera consistir en sus pocas provisiones, desalentaba los enfrentamientos entre grupos. ¿Qué podría haberlos motivado en esas circunstancias? En cambio, muchos años después, con la introducción de la agricultura en el sur de Mesopotamia, se abrió un escenario distinto.

Una vez alcanzada esa etapa de la historia, observamos que faltaba muy poco para la primera guerra de la que la humanidad tiene conocimiento. Este dudoso honor lo ostentan las ciudades sumerias de Lagash y Umma. Aquel conflicto fue muy largo, sostenido en el tiempo, y su motivación no desentona con lo expuesto hasta aquí. Ambas potencias codiciaban los campos del Guedenna, que era una extensa llanura de gran fertilidad. Así pues, la causa detonante fue la ambición de poseer una tierra para poder cultivar en ella, lo que no habría desatado conflicto alguno bajo las condiciones de vida del Paleolítico.

A pesar de todo ello, las causas de las guerras, evidentemente irán en consonancia con el tipo de economía predominante en cada momento. En la antigua Mesopotamia, la importancia de su agricultura dio origen a unas guerras concretas. Hoy en día, bajo otro modelo económico, el casus belli puede ser diferente. Pese a ello, el razonamiento de Rousseau no ha perdido vigencia, lo que puede hacer que nos preguntemos si la guerra es uno de los precios que la humanidad pagó por el progreso.



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