En España, las tertulias políticas parecen estar de moda. Este hecho es positivo porque contribuye a aumentar el interés por la propia política. Ahora bien, igual que una historia interesante no garantiza una buena película, con este tipo de contenidos ocurre algo parecido. ¿Qué quiero decir con esto? Que las tertulias deben ser entretenidas, por supuesto, pero también permitir una cierta labor pedagógica. En este sentido, cabría señalar dos posibles carencias que quizá impidan que las tertulias cumplan una función social más allá del entretenimiento.
La primera de ellas está relacionada con el propio formato de las tertulias actuales. ¿Es bueno que en un mismo programa se debata sobre tantos asuntos y, en ocasiones, tan distintos? Es cierto que en términos televisivos la actualidad manda, aunque ¿es esta es la mejor manera para comprender la dimensión de lo tratado?, ¿cómo es posible que en media hora, o menos, de debate pueda aclararse algo sobre temas complejos? En realidad, no se puede, lo que implica que se tenga un conocimiento muy vago sobre la mayoría de temas que ocupan la parrilla televisiva.
Entonces, ¿nos estamos convirtiendo en aprendices de todos los temas de actualidad, pero en maestros de nada? De ser así, el mayor perjudicado sería el pensamiento crítico, puesto que éste necesita un conocimiento profundo de las cosas. De este modo, se produce una saturación, respecto al número de temas, en la que paradójicamente conocemos mucho y nada a la vez. En consecuencia, es más factible que asumamos apenas sin cuestionar, debido a la ausencia de tiempo, lo dicho en esas tertulias como la verdad. Así pues, corremos el riesgo de olvidar que la verdad es una construcción social, a la que solo se llega después de invertir mucho tiempo.
La segunda de las carencias es la excesiva identificación, con los partidos políticos, que reina en algunos de estos debates. Esta particularidad es un inconveniente porque los partidos son los protagonistas casi absolutos de la actualidad política. Por consiguiente, cuando en una tertulia se tratan actuaciones de estas organizaciones parece, más bien, una especie de debate electoral. Lo cual, aunque pueda resultar interesante como enfrentamiento de opiniones, es difícil que consiga dilucidar la verdadera dimensión de los problemas.
Sin embargo, esa dinámica de enfrentamientos partidistas, que tiene lugar en los platós, se traslada a su vez al ámbito social, reproduciéndose en términos muy parecidos. Ello dificulta que aflore una visión distinta de la política, más allá de ideologías partidistas. O sea, una visión en la que pudiera lograrse un consenso social, capaz de alcanzar acuerdos en los que los partidos quedaran al margen. Por tanto, esta fórmula es útil para mantener una concepción de la política en la que los partidos resulten imprescindibles.
Hoy podemos disfrutar de debates televisados porque el progreso tecnológico lo permite. Es un avance increíble sobre cualquier época pasada, aunque una vez que tenemos los medios no debemos dejar de mejorar el formato. El instrumento es formidable, pero su calidad residirá en su contenido, el cual no debe dejar de ser pedagógico.
La primera de ellas está relacionada con el propio formato de las tertulias actuales. ¿Es bueno que en un mismo programa se debata sobre tantos asuntos y, en ocasiones, tan distintos? Es cierto que en términos televisivos la actualidad manda, aunque ¿es esta es la mejor manera para comprender la dimensión de lo tratado?, ¿cómo es posible que en media hora, o menos, de debate pueda aclararse algo sobre temas complejos? En realidad, no se puede, lo que implica que se tenga un conocimiento muy vago sobre la mayoría de temas que ocupan la parrilla televisiva.
Entonces, ¿nos estamos convirtiendo en aprendices de todos los temas de actualidad, pero en maestros de nada? De ser así, el mayor perjudicado sería el pensamiento crítico, puesto que éste necesita un conocimiento profundo de las cosas. De este modo, se produce una saturación, respecto al número de temas, en la que paradójicamente conocemos mucho y nada a la vez. En consecuencia, es más factible que asumamos apenas sin cuestionar, debido a la ausencia de tiempo, lo dicho en esas tertulias como la verdad. Así pues, corremos el riesgo de olvidar que la verdad es una construcción social, a la que solo se llega después de invertir mucho tiempo.
La segunda de las carencias es la excesiva identificación, con los partidos políticos, que reina en algunos de estos debates. Esta particularidad es un inconveniente porque los partidos son los protagonistas casi absolutos de la actualidad política. Por consiguiente, cuando en una tertulia se tratan actuaciones de estas organizaciones parece, más bien, una especie de debate electoral. Lo cual, aunque pueda resultar interesante como enfrentamiento de opiniones, es difícil que consiga dilucidar la verdadera dimensión de los problemas.
Sin embargo, esa dinámica de enfrentamientos partidistas, que tiene lugar en los platós, se traslada a su vez al ámbito social, reproduciéndose en términos muy parecidos. Ello dificulta que aflore una visión distinta de la política, más allá de ideologías partidistas. O sea, una visión en la que pudiera lograrse un consenso social, capaz de alcanzar acuerdos en los que los partidos quedaran al margen. Por tanto, esta fórmula es útil para mantener una concepción de la política en la que los partidos resulten imprescindibles.
Hoy podemos disfrutar de debates televisados porque el progreso tecnológico lo permite. Es un avance increíble sobre cualquier época pasada, aunque una vez que tenemos los medios no debemos dejar de mejorar el formato. El instrumento es formidable, pero su calidad residirá en su contenido, el cual no debe dejar de ser pedagógico.
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