El lenguaje es el único método que permite transmitir, de unos a otros tanto los fenómenos políticos o sociales como cualquier otro. El lenguaje, como es bien conocido, no es neutro sino que se moldea en función de los intereses del emisor. Eso es evidente cuando dos personas están discutiendo sobre algo, entonces inconsciente o conscientemente adaptamos el discurso a nuestro punto de vista. El problema surge cuando la mayoría de discursos que en la actualidad recibimos son enviados desde la televisión. Frente a ésta se adopta una actitud pasiva, porque no es alguien con el que poder debatir, por lo tanto, nuestra posición se sitúa únicamente en la de receptor, porque el discurso es puramente unidireccional.
La consecuencia de esto es que recibimos mensajes y, solo en contadas ocasiones, los someteremos a críticas. Pero, el problema se acrecienta cuando la pluralidad de esos mensajes es limitada. Evidentemente, la pluralidad no debe verse limitada a difundir las ideas de varias corrientes pertenecientes a un mismo sistema político, porque ello, al fin y al cabo, implica fortalecer al propio régimen. Una pluralidad, al menos entendida en un sentido amplio, debería dar cobertura tanto a mensajes que se situaran a favor del sistema como a los que estuvieran en contra de éste.
El contenido de los mensajes que sean difundidos a una alta escala puede construir el ideario político de un país. Aquella frase de Goebbels, de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Entonces, ésta pasa a ser algo relativo, deja de ser un hecho a ser una construcción mediática. Ello sucede porque las personas dotamos de existencia a aquello que para nosotros es cierto. Antaño se imaginaban allende el Cabo de Finisterre como un enorme agujero lleno de monstruos que ponía fin al mundo, y esa imagen era muy real para las personas de entonces. De esa manera, la realidad no será solo lo que podemos palpar sino también lo que creemos cierto. Así que, quien tenga suficiente poder, influencia y medios para llegar a las creencias de la gente, podrá, en cierta medida, diseñar un mundo, al margen del existente, totalmente real para millones de personas (véase las religiones).
La construcción de esa realidad mediática responderá a la satisfacción de unos determinados intereses. ¿Qué intereses? La protección del patrimonio. Aquellos que tengan un patrimonio, en cierta medida humilde, lo van a proteger. No obstante, otras personas que tengan unas propiedades económicamente incuantificables también desearán protegerlas. ¿Cuál de los dos patrimonios puede encontrarse más amenazado? Es obvio que el de mayor tamaño, porque un patrimonio pequeño podría solucionar pocos problemas, mientras que el más grande, si se repartiera de manera más o menos equitativa, resultaría plenamente beneficioso al conjunto de la ciudadanía. Ese hecho fue pronto advertido por aquellos que primitivamente acumularon más riquezas que los demás, porque ya desde el primer momento en el que alguien poseyó más que los otros tuvo que armarse de una serie de mecanismos para proteger sus riquezas.
Las riquezas cuentan con una doble vía de protección. La primera de ellas es la legal; es decir, las disposiciones normativas recogidas en un ordenamiento jurídico que brinda una destacada protección a la propiedad privada. Pero, por otra parte las personas que han acumulado grandes riquezas, también tienen a su vez recursos suficientes como para hacer llegar su mensaje a los demás. Este mensaje buscará transmitir una imagen que les resulte beneficiosa, argüirá que la principal razón de las riquezas es el duro trabajo. A su vez, también pretenderá incrustar en el ideario colectivo la irreversibilidad de la situación, ignorando de este modo las grandes transformaciones históricas que ha experimentado la humanidad.
Quizás fue el dinero el que permitió la acumulación de riquezas más allá de lo necesario, como apuntó John Locke. O tal vez, como sugería Rousseau, la culpa debería recaer sobre aquellos que aceptaron que un hombre dijera que esa tierra era suya y además le siguieron. Pero, lo que no se puede negar es que buena parte de esa riqueza se sustenta sobre un entramado mediático férreamente construido. Un entramado que, del mismo modo que a nuestros antepasados, trata de crear nuevos cabos de Finisterre.
El contenido de los mensajes que sean difundidos a una alta escala puede construir el ideario político de un país. Aquella frase de Goebbels, de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Entonces, ésta pasa a ser algo relativo, deja de ser un hecho a ser una construcción mediática. Ello sucede porque las personas dotamos de existencia a aquello que para nosotros es cierto. Antaño se imaginaban allende el Cabo de Finisterre como un enorme agujero lleno de monstruos que ponía fin al mundo, y esa imagen era muy real para las personas de entonces. De esa manera, la realidad no será solo lo que podemos palpar sino también lo que creemos cierto. Así que, quien tenga suficiente poder, influencia y medios para llegar a las creencias de la gente, podrá, en cierta medida, diseñar un mundo, al margen del existente, totalmente real para millones de personas (véase las religiones).
La construcción de esa realidad mediática responderá a la satisfacción de unos determinados intereses. ¿Qué intereses? La protección del patrimonio. Aquellos que tengan un patrimonio, en cierta medida humilde, lo van a proteger. No obstante, otras personas que tengan unas propiedades económicamente incuantificables también desearán protegerlas. ¿Cuál de los dos patrimonios puede encontrarse más amenazado? Es obvio que el de mayor tamaño, porque un patrimonio pequeño podría solucionar pocos problemas, mientras que el más grande, si se repartiera de manera más o menos equitativa, resultaría plenamente beneficioso al conjunto de la ciudadanía. Ese hecho fue pronto advertido por aquellos que primitivamente acumularon más riquezas que los demás, porque ya desde el primer momento en el que alguien poseyó más que los otros tuvo que armarse de una serie de mecanismos para proteger sus riquezas.
Las riquezas cuentan con una doble vía de protección. La primera de ellas es la legal; es decir, las disposiciones normativas recogidas en un ordenamiento jurídico que brinda una destacada protección a la propiedad privada. Pero, por otra parte las personas que han acumulado grandes riquezas, también tienen a su vez recursos suficientes como para hacer llegar su mensaje a los demás. Este mensaje buscará transmitir una imagen que les resulte beneficiosa, argüirá que la principal razón de las riquezas es el duro trabajo. A su vez, también pretenderá incrustar en el ideario colectivo la irreversibilidad de la situación, ignorando de este modo las grandes transformaciones históricas que ha experimentado la humanidad.
Quizás fue el dinero el que permitió la acumulación de riquezas más allá de lo necesario, como apuntó John Locke. O tal vez, como sugería Rousseau, la culpa debería recaer sobre aquellos que aceptaron que un hombre dijera que esa tierra era suya y además le siguieron. Pero, lo que no se puede negar es que buena parte de esa riqueza se sustenta sobre un entramado mediático férreamente construido. Un entramado que, del mismo modo que a nuestros antepasados, trata de crear nuevos cabos de Finisterre.
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