La abstención en los sistemas representativos


Un fantasma recorre Europa: la abstención. ¿Qué está pasando? Un primer diagnóstico podría señalar que la lentitud de los políticos, para solucionar esta crisis, genera un descontento en la ciudadanía, que hace que ésta decida no renovarles su confianza. Es sensato plantear que las crisis económicas tienen repercusiones políticas, pero si nos ceñimos solamente a esta interpretación, ¿cómo se puede explicar que, en los procesos electorales recientes, no se sustituyeran las élites políticas generalmente gobernantes por las otras? Ello indica que, pese a que los partidos tradicionalmente dominantes sí reciben menos votos, el descontento no se dirige únicamente hacia ellos.

Entonces, ¿a qué se deben los actuales niveles de abstención en países como Alemania, Francia, Portugal Grecia, Italia o España? Para ello es interesante observar dos de las explicaciones convencionales que Joan Font Fàbregas recoge en un artículo suyo. La primera de ellas, la más clásica, es la formulada por Lipset, para quien determinados grupos están más predispuestos a recurrir a la abstención. En mi opinión, este planteamiento se encuentra incompleto, ya que presentaría problemas para adaptarse a situaciones en las que el cuerpo electoral evoluciona en consonancia con las características de su entorno. Por tanto, es conveniente tener en cuenta la existencia de factores externos que podrían hacer que varios individuos, sin demasiado en común, apuesten por la abstención.

Frente a lo propuesto por Lipset, Fàbregas añade que <<la tendencia a una mayor abstención de algunos grupos no es el resultado inexorable de su situación social, sino del encuentro o desencuentro entre estos intereses sociales y las estrategias de los partidos>>[1]. En consecuencia, el estudio debe ir un poco más allá. Existe una palpable desafección hacia los partidos, pero ¿cuándo termine la crisis se reestablecerán los niveles corrientes de participación electoral? Probablemente dependería de cómo se gestionara. El desgaste de los sistemas políticos occidentales es evidente y el descontento hacia la clase política palpable; estos hechos se han agravado por la situación económica, pero eso no significa que cuando ésta mejore los otros elementos vayan a desaparecer sin más. ¿Y si la crisis no fuera la causa sino el detonante de dicha desafección? Por ello, cuando la economía se recupere es factible que se reformulen ciertas estrategias, para hacerlas coincidir con esos intereses sociales.

Es posible que, dado el progresivo descrédito de los partidos mayoritarios, el bipartidismo (indispensable en los sistemas occidentales) sea ocupado por nuevos partidos. En el caso español no es descabellado pensar que Izquierda Unida y UPyD puedan acabar protagonizando ese nuevo bipartidismo. La sustitución de unos partidos por otros no es algo que trastoque la estabilidad del sistema (de hecho antes el binomio lo conformaban UCD – PSOE). Lo que asegura la continuidad, es que la mayor parte del poder siga recayendo sobre las cúpulas de dos partidos, es decir que lo acapare una minoría. No hay ningún partido incorruptible, y así lo demuestran los hechos hasta el momento. La corrupción se evita repartiendo el poder (mejor si es entre la ciudadanía) y no confiando en que la pureza ideológica de una organización impida cualquier atisbo de corrupción entre sus filas. Esa idílica premisa todavía no ha ocurrido.

Por tanto, la abstención en sí misma ¿qué es? Una consecuencia, pero ¿son realmente perjudiciales unos altos niveles de abstención? Contestaré con un ejemplo: ¿sería malo que la gente dejara de comprar pan? Las personas podrían no comerlo, como pasa por ejemplo en Asia, donde su consumo es considerablemente menor. ¿A quién perjudicaría esta decisión? Principalmente a los panaderos. ¿Cómo reaccionarían? Con toda probabilidad defenderían que el consumo de pan es necesario, y que rebajarlo podría dejar a nuestro organismo sin una cierta cantidad de nutrientes importantes. Esa actitud respondería a que un panadero obtiene más beneficios cuantos más panes venda. De igual modo, los sistemas políticos occidentales miden su nivel de aceptación, sobre todo, atendiendo al número de votos válidos emitidos.

A pesar de ello, el depósito del voto es un derecho, no una obligación, por lo que se ejercerá siempre que se desee. Sin embargo, cuesta pasar por alto, por ejemplo, el especial énfasis con el que, en los albores de una huelga, se nos advierte que el derecho a ésta implica también respetar a aquellos que deseen no hacer uso de él (algo sensato). En cambio, cuando son las elecciones las que se aproximan, nos animan incesantemente a votar, sin recordar que no ejercer este derecho es una opción igualmente válida.





[1] FÀBREGAS, Joan Font. La abstención electoral en España: certezas e interrogantes. Revista española de investigaciones sociológicas, Nº 71-72, 1995, pags. 11-40. p. 20

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