El coronavirus en España: un diagnóstico político

La crisis del Covid-19 ha puesto a examen a la clase política de cada país, dado que son los gestores de los recursos del Estado y, en consecuencia, también los encargados de diseñar los protocolos para problemas tan difíciles como esta pandemia. A raíz de esto hay que lanzar obligatoriamente la siguiente pregunta: ¿han estado a la altura? Llegados a este momento hay que diferenciar entre el Gobierno, a quien le corresponde obviamente un protagonismo mayor, y el resto de la élite política. En este sentido, vaya por delante que la crisis del Covid-19 es algo extremadamente complejo de gestionar, pero ello no os óbice para dejar de ejercer la crítica.

Lo primero que debe evaluarse son las actuaciones que tomó el Gobierno cuando el virus llegó a España. Reconozco que implica jugar con cierta ventaja valorar dichas actuaciones a posteriori, pero en su momento había aspectos que muchas personas ya denunciaron y fueron ignorados. Por ejemplo, la suspensión de las fallas no fue hasta el 10 de marzo por la noche, habiéndose celebrado diez mascletàs más la vertical. Además, ese mismo 10 de marzo los aficionados de un equipo italiano de fútbol proveniente de la zona donde habían muchos infectados, el Atalanta, se pasearon por las calles de la capital del Turia. Por supuesto, hay que sumar más errores como la no cancelación de la manifestación del 8 de marzo o permitir el mitin de VOX. En el actual régimen se han prohibido muchos actos políticos por distintos motivos, y en esta ocasión habría sido recomendable hacerlo.

En los casos mencionados, la decisión correspondía tomarla al Gobierno, a través de sus distintas delegaciones, salvo en las fallas que era necesario alcanzar un acuerdo con el gobierno autonómico valenciano, aunque siendo del mismo partido no se antojaba difícil. ¿Por qué se tardó en actuar? Resulta que cuando se toma una decisión, contradiciendo criterios técnicos, es porque han prevalecido otros distintos. En este caso, si los responsables de dicha decisión son políticos solo cabe pensar que han preferido seguir criterios políticos clásicos: índices de popularidad, afinidad ideológica, refuerzo electoral, etc.

Asimismo, también es importante observar cómo está siendo la distribución de los test. Ha habido noticias de muchos políticos que han dado positivo; es decir tuvieron su confirmación, aunque no fueran personas de riesgo. Es más, hay distintos responsables públicos que no llevan uno, sino varios test. Esta situación choca con la de miles de personas a las que no se les hace la prueba, ya que para ello se les exige estar realmente mal. Es cierto que no hay suficientes pruebas para todos, pero el agravio comparativo entre los miembros de la élite y el resto de la ciudadanía es francamente doloroso. Dicen que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”, con todo es imprescindible que se establezcan criterios técnicos más rígidos para el reparto de los test, los cuales deberían respetarse, sin excepciones, incluso por políticos y personas que son capaces de comprarlo todo.

Igualmente, el resto de partidos políticos parece que tampoco están a la altura. Les resulta imposible dejar de lado sus propios intereses, ni siquiera en una situación como esta. Por consiguiente, bajo un aparente manto de neutralidad y acuerdo cada formación aprovecha para lanzar un discurso dirigido a los suyos y criticar al Gobierno con evidentes fines de desgaste. Es la dinámica de la política de élites y no se detiene por muy grave que sea la crisis. Al respecto, ¿cuándo las distintas familias políticas son capaces de alcanzar acuerdos? Cuando está en juego la supervivencia del sistema del que forman parte. El ejemplo reciente más paradigmático es la transición “gatopardista” de 1978.

Al final, la potencialidad de la sociedad civil es la que reluce con más brillo en cualquier crisis. Los aplausos desde los balcones es una buena muestra de ello, así como de vida en comunidad pese al confinamiento. La ciudadanía se sabe organizar y surgen iniciativas para hacer más llevadero este período. No obstante, la sanidad pública es el Atlas de esta crisis. Está soportando mucha responsabilidad, igual que el titán cargó con el peso de la humanidad bajo sus hombros. Los recursos con los que cuenta la sanidad dependen de los gestores de turno, pero el personal sanitario que se juega el tipo todos los días es gente de la calle ayudando a otra gente de la calle. 

 


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