El escrache es un fenómeno que, aunque tuvo su origen en Argentina, actualmente es muy popular en España. Para comprender porque se ha propagado tan rápidamente esta forma de protesta, es necesario observar el fenómeno desde una doble perspectiva. La primera debe atender a las causas y motivos concretos del resurgimiento del escrache actual, es decir todo lo concerniente a la ILP y los desahucios; este enfoque ha sido el más estudiado en la mayoría de los artículos. Sin embargo, hay otro aspecto que se ha tratado menos y sin el cual considero difícil entender la adopción del escrache en España. Me refiero, lógicamente, a los escasos canales de participación política con los que cuenta el pueblo, así como la ausencia de mecanismos de control sobre los propios políticos. Por esos motivos, el escrache aparece cuando se entrelazan las causas materiales y esas carencias democráticas. En un país que contara con potentes cauces de participación popular, el escrache no habría aparecido, ya que en vez de acudir a él la ciudadanía probablemente emplearía estos otros medios.
En cualquier caso, primeramente debemos establecer una breve cronología de los hechos que motivaron los escrache en España. El protagonismo recae sobre el grave problema de los desahucios, de modo que, con la finalidad de frenar el número de éstos, la PAH, junto a otras asociaciones, promovió una ILP. Aunque en un principio la ILP parecía que iba a ser desestimada, finalmente la Mesa del Congreso de los Diputados (debido a la fuerte presión popular y aquellos dolorosos suicidios) se vio en la obligación de admitirla. Este pequeño paso permitía que la propuesta fuera votada, a la vez que proponía un escenario interesante. Los diputados no podían negar su apoyo a una propuesta con tanta aceptación social, ya que no los dejaría en buen lugar, aunque por otra parte tampoco pueden aprobar una ley que vaya contra los intereses directos de sus principales prestamistas (los bancos). De esta manera, las cúpulas de los partidos, que sopesan cuidadosamente sus decisiones en términos de rentabilidad política, decidieron actuar de manera salomónica y optaron por modificar la ILP (vaciarla de todo contenido serio) para tratar de salir airosos de este reto.
Mientras esa artimaña de ingeniería política cobraba forma, fueron surgiendo los escrache como medida de presión, para que los diputados votaran a favor de la ILP. El objetivo de estos escrache es sencillo: informar a los diputados sobre la necesidad de que la ILP se apruebe, a la vez que se ejerce, todo hay que decirlo, cierta presión dirigida a la consecución de este fin. Es aquí cuando se plantean ciertos dilemas éticos. Los escrache pueden llevarse a cabo fuera de lo que sería la jornada laboral del político, e incluso en las cercanías de sus residencias habituales. ¿Esto los convierte en algo malo? Evitemos caer en reduccionismos, para responder a esta pregunta debemos considerar varios elementos.
Como harían los juristas, lo primero es ponderar o confrontar los dos bienes en conflicto: por un lado tratar de evitar los desahucios, frente a la “tranquilidad” de la clase política. Sin pretender menospreciar la placida tranquilidad de la que todos merecemos gozar, considero de mayor importancia (así como también la Constitución en su artículo 47) el derecho a tener una vivienda. Otro aspecto a tener en cuenta sería la proporcionalidad. Es vital que el escrache no sea violento, porque si lo fuera, los diputados podrían invocar también la Constitución, ya que su artículo 15 reconoce el derecho a la integridad física. Por último, y con esto finalizaría mi pequeña reflexión ética al respecto, el tema más espinoso que aprecio es el de los familiares de los diputados. Evidentemente, ellos no tienen la “culpa” de que su padre, madre o pareja haya decidido dedicarse a la política (aunque pudiera ser el mayor de los inmorales), así que creo que lo justo es que el escrache rebajara mucho su intensidad cuando los políticos paseen con sus familiares. Por otra parte, esto podría ser aprovechado por los políticos y decidir de repente ir a todas las partes con su pareja o sus hijos (así como utilizarlos cara a las cámaras de televisión), lo que diría mucho acerca de cómo es.
A pesar de las cautelas que obligan a ejercer los escrache con moderación, entiendo que éstos, dado los antecedentes que los motivan, son una forma legítima de presión, así como de protesta. Asimismo, hay un elemento que todavía los dotan de un mayor sentido, y es precisamente el hecho de que no existen otras alternativas. Paradójicamente, el pueblo puede, no sin poco esfuerzo, proponer una ley para ser votada en el Congreso, pero se le niega la facultad de que la misma sea votada por él mismo. De esta manera, la deliberación queda limitada a los medios de comunicación habituales que, dada la actitud abiertamente hostil que han adoptado frente al fenómeno del escrache, no parecen ocultar qué intereses defienden.
Un sistema político que tiene a la soberanía secuestrada en la cárcel que es el Parlamento, escenario sobre el que los partidos “interpretan” sus votos, no puede evitar que la ciudadanía encuentre otros cauces de presión política fuera de los establecidos. Y ya que, los parlamentarios parecen ser los únicos que legalmente (no moral ni legítimamente) pueden tomar decisiones, contando con el respaldo de los recursos del Estado, es normal que, ante un tema tan delicado, la gente reaccione y acuda a solicitarles que consideren su voto. Es hipócrita que los políticos critiquen que los escrache buscan condicionar su voto, pero no señalen con la misma vehemencia a las direcciones de sus partidos, que son quienes realmente deciden el voto de la totalidad de su grupo. ¿O acaso alguien se atreve a romper la disciplina de voto? Por otra parte, dado que el tiempo y los recursos de la gente son limitados, es comprensible que decidan centrar los escrache en ciertos miembros del PP; porque éstos ocupan el ejecutivo del país, y también son mayoría en el legislativo. Esto es obvio pero conviene aclararlo, y con ello no pretendo en absoluto excusar a otros partidos.
No me gustaría terminar sin opinar sobre las famosas declaraciones de Dolores de Cospedal, puesto que son ciertamente representativas de lo que venimos escuchando estos días. Éstas además de dar por válidas unas suposiciones sobre los escrache, que en todo caso habría que probar (violencia física y verbal, ataques a las personas y a sus casas, etc.), pretende equiparar éstos con un espíritu totalitario, mientras además se permite añadir que: "tratar de violentar el voto es nazismo puro". En primer lugar para ejercer el totalitarismo hace falta un Estado que integre a las masas en su política, por lo que cualquier gobierno estaría más cerca del totalitarismo que los movimientos populares. Ahora, es el propio sistema político (y sus cómplices) quien debe hacer autocrítica y ser consciente cuán lejos está de la democracia, ya que si sus propios ciudadanos prefieren hacer escrache antes que manifestar su descontento a través de los mecanismos establecidos, será por algo. O también es posible que tales mecanismos sean totalmente insatisfactorios.
En cualquier caso, primeramente debemos establecer una breve cronología de los hechos que motivaron los escrache en España. El protagonismo recae sobre el grave problema de los desahucios, de modo que, con la finalidad de frenar el número de éstos, la PAH, junto a otras asociaciones, promovió una ILP. Aunque en un principio la ILP parecía que iba a ser desestimada, finalmente la Mesa del Congreso de los Diputados (debido a la fuerte presión popular y aquellos dolorosos suicidios) se vio en la obligación de admitirla. Este pequeño paso permitía que la propuesta fuera votada, a la vez que proponía un escenario interesante. Los diputados no podían negar su apoyo a una propuesta con tanta aceptación social, ya que no los dejaría en buen lugar, aunque por otra parte tampoco pueden aprobar una ley que vaya contra los intereses directos de sus principales prestamistas (los bancos). De esta manera, las cúpulas de los partidos, que sopesan cuidadosamente sus decisiones en términos de rentabilidad política, decidieron actuar de manera salomónica y optaron por modificar la ILP (vaciarla de todo contenido serio) para tratar de salir airosos de este reto.
Mientras esa artimaña de ingeniería política cobraba forma, fueron surgiendo los escrache como medida de presión, para que los diputados votaran a favor de la ILP. El objetivo de estos escrache es sencillo: informar a los diputados sobre la necesidad de que la ILP se apruebe, a la vez que se ejerce, todo hay que decirlo, cierta presión dirigida a la consecución de este fin. Es aquí cuando se plantean ciertos dilemas éticos. Los escrache pueden llevarse a cabo fuera de lo que sería la jornada laboral del político, e incluso en las cercanías de sus residencias habituales. ¿Esto los convierte en algo malo? Evitemos caer en reduccionismos, para responder a esta pregunta debemos considerar varios elementos.
Como harían los juristas, lo primero es ponderar o confrontar los dos bienes en conflicto: por un lado tratar de evitar los desahucios, frente a la “tranquilidad” de la clase política. Sin pretender menospreciar la placida tranquilidad de la que todos merecemos gozar, considero de mayor importancia (así como también la Constitución en su artículo 47) el derecho a tener una vivienda. Otro aspecto a tener en cuenta sería la proporcionalidad. Es vital que el escrache no sea violento, porque si lo fuera, los diputados podrían invocar también la Constitución, ya que su artículo 15 reconoce el derecho a la integridad física. Por último, y con esto finalizaría mi pequeña reflexión ética al respecto, el tema más espinoso que aprecio es el de los familiares de los diputados. Evidentemente, ellos no tienen la “culpa” de que su padre, madre o pareja haya decidido dedicarse a la política (aunque pudiera ser el mayor de los inmorales), así que creo que lo justo es que el escrache rebajara mucho su intensidad cuando los políticos paseen con sus familiares. Por otra parte, esto podría ser aprovechado por los políticos y decidir de repente ir a todas las partes con su pareja o sus hijos (así como utilizarlos cara a las cámaras de televisión), lo que diría mucho acerca de cómo es.
A pesar de las cautelas que obligan a ejercer los escrache con moderación, entiendo que éstos, dado los antecedentes que los motivan, son una forma legítima de presión, así como de protesta. Asimismo, hay un elemento que todavía los dotan de un mayor sentido, y es precisamente el hecho de que no existen otras alternativas. Paradójicamente, el pueblo puede, no sin poco esfuerzo, proponer una ley para ser votada en el Congreso, pero se le niega la facultad de que la misma sea votada por él mismo. De esta manera, la deliberación queda limitada a los medios de comunicación habituales que, dada la actitud abiertamente hostil que han adoptado frente al fenómeno del escrache, no parecen ocultar qué intereses defienden.
Un sistema político que tiene a la soberanía secuestrada en la cárcel que es el Parlamento, escenario sobre el que los partidos “interpretan” sus votos, no puede evitar que la ciudadanía encuentre otros cauces de presión política fuera de los establecidos. Y ya que, los parlamentarios parecen ser los únicos que legalmente (no moral ni legítimamente) pueden tomar decisiones, contando con el respaldo de los recursos del Estado, es normal que, ante un tema tan delicado, la gente reaccione y acuda a solicitarles que consideren su voto. Es hipócrita que los políticos critiquen que los escrache buscan condicionar su voto, pero no señalen con la misma vehemencia a las direcciones de sus partidos, que son quienes realmente deciden el voto de la totalidad de su grupo. ¿O acaso alguien se atreve a romper la disciplina de voto? Por otra parte, dado que el tiempo y los recursos de la gente son limitados, es comprensible que decidan centrar los escrache en ciertos miembros del PP; porque éstos ocupan el ejecutivo del país, y también son mayoría en el legislativo. Esto es obvio pero conviene aclararlo, y con ello no pretendo en absoluto excusar a otros partidos.
No me gustaría terminar sin opinar sobre las famosas declaraciones de Dolores de Cospedal, puesto que son ciertamente representativas de lo que venimos escuchando estos días. Éstas además de dar por válidas unas suposiciones sobre los escrache, que en todo caso habría que probar (violencia física y verbal, ataques a las personas y a sus casas, etc.), pretende equiparar éstos con un espíritu totalitario, mientras además se permite añadir que: "tratar de violentar el voto es nazismo puro". En primer lugar para ejercer el totalitarismo hace falta un Estado que integre a las masas en su política, por lo que cualquier gobierno estaría más cerca del totalitarismo que los movimientos populares. Ahora, es el propio sistema político (y sus cómplices) quien debe hacer autocrítica y ser consciente cuán lejos está de la democracia, ya que si sus propios ciudadanos prefieren hacer escrache antes que manifestar su descontento a través de los mecanismos establecidos, será por algo. O también es posible que tales mecanismos sean totalmente insatisfactorios.
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