Las expectativas generadas por la pitada, que protagonizó el inicio de la final de Copa, fue un fantástico reclamo que logró convocar, frente al televisor, a muchos ciudadanos aunque no fueran especialmente futboleros. A pesar que no pretendo centrar el artículo en el tratamiento de la noticia por TVE, es menester dedicarle unas palabras. Es posible concluir que la televisión pública actuó de modo poco profesional. En primer lugar, resulta imposible no fijarse en la poca sutileza a la hora de silenciar la pitada, pero a continuación, por si fuera poco, escuchamos afirmar al comentarista, que la mayoría de los asistentes al partido habían decidido respetar el himno. Ante eso solamente cabe preguntarse: ¿en qué estadio se encontraba esta persona? Yo entiendo, que cualquier ocultación de unos hechos que están sucediendo, solo es posible interpretarla como censura. Ya que, entonces se estará seleccionando lo que es recomendable dar a conocer al público, desechando lo que para ellos es indeseable.
Lo interesante, bajo mi punto de vista, es indagar en las razones que llevaron a las aficiones del Barça y del Athletic de Bilbao a realizar ese sonoro acto de protesta. La primera hipótesis que podría formularse sería que a las aficiones de estos dos clubs no les gusta la figura del monarca, y por tanto buscaban hacer patente su inconformidad con ese aspecto presente en la copa. Considero que esta premisa puede ser cierta, pero solo en parte. Puesto que, si se aceptara por completo, implicaría considerar que el rechazo es fundamentalmente ideológico, y por tanto los seguidores de esos dos clubs serían, en su mayoría, republicanos. Una parte de ellos, probablemente puedan serlo, pero es imposible que ese fuera el motivo principal de la protesta, porque de ser así la bandera que hubiera destacado en el Vicente Calderón habría sido la tricolor.
En cambio, el estadio se encontraba repleto de banderas catalanas e ikurriñas. Por tanto, ese hecho invita a pensar que los seguidores del Barça y del Bilbao, al menos los asistentes al partido, tienen sentimientos identitarios que no coinciden con los presentes en esa competición. Por tanto, no debe ser forzosamente una motivación antimonárquica – republicana lo que propicia la pitada, sino el rechazo al monarca como figura que, en teoría, representa la nación española.
España se ha concebido como una nación, que fue diseñada y construida, como la mayoría de sus homólogas europeas, durante el siglo XIX. Pero, y ello puede deberse a la débil nacionalización española que plantea Álvarez Junco, en el interior de esa nación española han surgido otras identidades colectivas, que habiendo superado su carácter regionalista, que tan bien complementaba al proyecto de nación española, adquirieron otro puramente nacional. Por lo tanto, entran en escena dos grupos de identidades nacionales (española por un lado, y catalana, vasca, etc. por otro) cuyos proyectos chocan frontalmente.
Hay que entender que el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, han sido diseñados, ambos, por élites que, en cada caso por separado, apostaron por esas construcciones históricas. Esa apuesta puede ser meramente romántica, pero también puede estar motivada por el poder. ¿Y que ente está íntimamente relacionado con el poder? El Estado, evidentemente. El cual, con todos sus instrumentos, es capaz de satisfacer las necesidades de poder de ciertas élites, pero (y he aquí el principal inconveniente) primero de todo, debe existir; hecho que no se da en el País Vasco ni en Cataluña. Las élites que diseñaron la nación española han visto satisfechas sus pretensiones políticas, porque el Estado precedió a la nación, pero en el caso de los nacionalismos periféricos no fue así. Y es que las identidades nacionales aspiran a constituirse como Estado, porque éste es la institución que permite dotarse del marco adecuado para poder disfrutar de soberanía.
No obstante, la nación española como construcción histórica, se respalda sobre ese Estado español que es la construcción política. Y el Estado español se conforma de territorios, entre los cuales, se encuentran aquellas nacionalidades que aspiran a tener un Estado propio. Pero ese objetivo, no puede ser consentido por los nacionalistas españoles, que entienden que esos territorios forman parte de su nación y además se encuentran integrados en una estructura política que es su Estado. Por ese motivo, en el momento en el que suena el himno español, se despierta, en algunas personas, ese sentimiento de rechazo. Para ellos no se trata, solamente, del hecho que no se sientan representados por la antigua Marcha de Granaderos, sino que, además, es el himno de la nación que no les deja desarrollar la suya, y también les impide cumplir sus aspiraciones políticas.
Sin embargo, en realidad, cualquier nacionalismo, es por naturaleza excluyente. Los nacionalismos crean divisiones que dejan fuera al “otro”. Jiddu Krishnamurti, reputado filósofo, resumió sus consecuencias cuando afirmó que el nacionalismo “En lo externo origina divisiones y clasificaciones entre los hombres, guerras y destrucción, todo lo cual es evidente para cualquiera que sea observador. Interiormente, psicológicamente, lleva a una identificación con lo más grande, con la patria, o con una idea, y es, evidentemente, una forma de autoexpansión.”
Lo interesante, bajo mi punto de vista, es indagar en las razones que llevaron a las aficiones del Barça y del Athletic de Bilbao a realizar ese sonoro acto de protesta. La primera hipótesis que podría formularse sería que a las aficiones de estos dos clubs no les gusta la figura del monarca, y por tanto buscaban hacer patente su inconformidad con ese aspecto presente en la copa. Considero que esta premisa puede ser cierta, pero solo en parte. Puesto que, si se aceptara por completo, implicaría considerar que el rechazo es fundamentalmente ideológico, y por tanto los seguidores de esos dos clubs serían, en su mayoría, republicanos. Una parte de ellos, probablemente puedan serlo, pero es imposible que ese fuera el motivo principal de la protesta, porque de ser así la bandera que hubiera destacado en el Vicente Calderón habría sido la tricolor.
En cambio, el estadio se encontraba repleto de banderas catalanas e ikurriñas. Por tanto, ese hecho invita a pensar que los seguidores del Barça y del Bilbao, al menos los asistentes al partido, tienen sentimientos identitarios que no coinciden con los presentes en esa competición. Por tanto, no debe ser forzosamente una motivación antimonárquica – republicana lo que propicia la pitada, sino el rechazo al monarca como figura que, en teoría, representa la nación española.
España se ha concebido como una nación, que fue diseñada y construida, como la mayoría de sus homólogas europeas, durante el siglo XIX. Pero, y ello puede deberse a la débil nacionalización española que plantea Álvarez Junco, en el interior de esa nación española han surgido otras identidades colectivas, que habiendo superado su carácter regionalista, que tan bien complementaba al proyecto de nación española, adquirieron otro puramente nacional. Por lo tanto, entran en escena dos grupos de identidades nacionales (española por un lado, y catalana, vasca, etc. por otro) cuyos proyectos chocan frontalmente.
Hay que entender que el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, han sido diseñados, ambos, por élites que, en cada caso por separado, apostaron por esas construcciones históricas. Esa apuesta puede ser meramente romántica, pero también puede estar motivada por el poder. ¿Y que ente está íntimamente relacionado con el poder? El Estado, evidentemente. El cual, con todos sus instrumentos, es capaz de satisfacer las necesidades de poder de ciertas élites, pero (y he aquí el principal inconveniente) primero de todo, debe existir; hecho que no se da en el País Vasco ni en Cataluña. Las élites que diseñaron la nación española han visto satisfechas sus pretensiones políticas, porque el Estado precedió a la nación, pero en el caso de los nacionalismos periféricos no fue así. Y es que las identidades nacionales aspiran a constituirse como Estado, porque éste es la institución que permite dotarse del marco adecuado para poder disfrutar de soberanía.
No obstante, la nación española como construcción histórica, se respalda sobre ese Estado español que es la construcción política. Y el Estado español se conforma de territorios, entre los cuales, se encuentran aquellas nacionalidades que aspiran a tener un Estado propio. Pero ese objetivo, no puede ser consentido por los nacionalistas españoles, que entienden que esos territorios forman parte de su nación y además se encuentran integrados en una estructura política que es su Estado. Por ese motivo, en el momento en el que suena el himno español, se despierta, en algunas personas, ese sentimiento de rechazo. Para ellos no se trata, solamente, del hecho que no se sientan representados por la antigua Marcha de Granaderos, sino que, además, es el himno de la nación que no les deja desarrollar la suya, y también les impide cumplir sus aspiraciones políticas.
Sin embargo, en realidad, cualquier nacionalismo, es por naturaleza excluyente. Los nacionalismos crean divisiones que dejan fuera al “otro”. Jiddu Krishnamurti, reputado filósofo, resumió sus consecuencias cuando afirmó que el nacionalismo “En lo externo origina divisiones y clasificaciones entre los hombres, guerras y destrucción, todo lo cual es evidente para cualquiera que sea observador. Interiormente, psicológicamente, lleva a una identificación con lo más grande, con la patria, o con una idea, y es, evidentemente, una forma de autoexpansión.”
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