El hecho de que en la actualidad sigan dándose huelgas, sean éstas más o menos secundadas, es la prueba de que la sociedad alberga aún grupos e intereses diferenciados. Siguiendo con este esquema, se deduce que esos intereses, en la medida que no pueden ser conciliados, deben de ser declarados antagónicos. Por ese motivo, la satisfacción de dichos intereses por un grupo, probablemente mermará la posibilidad de que el otro satisfaga los suyos propios.
Es posible que ante esta visión se me pueda acusar de maniqueísta, ¿pero acaso no es prueba de ello el hecho de que existan negociaciones entre trabajadores y empresarios? El fin de cualquier negociación es encontrar puntos de encuentro entre visiones que, en principio, se encuentran muy alejadas. Si se trata de encontrar el porqué de esta distancia, habría que atender al hecho de que trabajador y empresario no parten de la misma posición. El empresario, es el propietario de los medios de producción, aunque para poder obtener beneficios debe contratar al trabajador asalariado, el cual recibirá un sueldo a cambio de alquilar su fuerza de trabajo.
Cuando el fenómeno, anteriormente descrito, adquiere unas dimensiones universales, es obvio que los trabajadores asalariados buscarán las mejores condiciones para su trabajo; pero éstas cuestan dinero al empresario, por lo que ello chocará frontalmente con sus intereses, ya que su meta es la obtención del máximo lucro posible. Este conflicto fuerza la negociación colectiva, hecho que irremediablemente sitúa en una posición aventajada al empresario, debido a varios motivos:
En realidad, podrían darse más razones, pero éstas son las principales. Por lo tanto, cuando el empresario, haciendo gala de esa posición privilegiada, intenta imponer al trabajador unas condiciones abusivas, éste se ve abocado a la huelga. La huelga puede entenderse como un medio de presión encaminado a sustituir el régimen político imperante; o como un medio de defensa de sus intereses. La segunda, la huelga laboral es la mejor prueba de la existencia de lo que el marxismo llamaría “las contradicciones de clase”.
“Pero las huelgas no son secundadas por todos los trabajadores, así que los intereses de clase no están tan claros”. Ante ese argumento, cabe responder que si la huelga es justa, en algunos casos podría no serlo, el hecho de que ésta no sea secundada por la totalidad de los trabajadores, no significa que éstos no compartan los mismos intereses, sino que habrá que atender a otros factores para dar con la explicación.
El primero de ellos, evidentemente, sería el miedo. No es ningún secreto que cuando se acerca una huelga, algunos empresarios amenazan con métodos altamente intimidatorios a los trabajadores para que éstos no la apoyen. Otros empresarios, más inteligentes y sutiles, prefieren sembrar la creencia, en sus trabajadores, de que la empresa es de todos y por tanto hay que apoyarla. Esto es un mito deleznable, porque la empresa no solo tiene un dueño concreto a efectos jurídicos, sino que además no repartirá los beneficios equitativamente, que es lo que debería suceder si la empresa perteneciera a todos. A su vez, tampoco se toman las decisiones de manera colectiva, sino que existe una estricta jerarquía de mando.
Los motivos económicos también tienen una importancia decisiva para un trabajador, el cual debe considerar si le compensa dejar de percibir el sueldo de ese día. En opinión del que escribe, ese aspecto debe dejar de considerarse como una “pérdida” (idea deliberadamente propagada por los medios) y pasar a verse como una “inversión”, la cual se recuperaría si se consiguen los objetivos de la huelga.
Por último, cuando un Gobierno ejecuta, o al menos apoya una reforma laboral, aunque ésta cause un perjuicio objetivo a los trabajadores, qué decir tiene que se van a emplear los recursos del Estado en propagar, cuando no directamente inventar, las virtudes de la misma. Un Estado que apuesta por la economía de mercado, tarde o temprano buscará ser más competitivo, y usando de tantas excusas como quiera, tenderá a rebajar las condiciones laborales de los trabajadores. En esta dinámica, el Estado cada cierto tiempo ofrecerá a los mercados, como si fueran antiguos dioses, sacrificios de los trabajadores. Es aquí, cuando se ponen de relieve aquellas “contradicciones de clase”, ya que los sacrificios de los trabajadores resultan beneficiar a los “capitalistas” que, por otra parte, pocas veces, o ninguna, son ellos los que se sacrifican.
Es posible que ante esta visión se me pueda acusar de maniqueísta, ¿pero acaso no es prueba de ello el hecho de que existan negociaciones entre trabajadores y empresarios? El fin de cualquier negociación es encontrar puntos de encuentro entre visiones que, en principio, se encuentran muy alejadas. Si se trata de encontrar el porqué de esta distancia, habría que atender al hecho de que trabajador y empresario no parten de la misma posición. El empresario, es el propietario de los medios de producción, aunque para poder obtener beneficios debe contratar al trabajador asalariado, el cual recibirá un sueldo a cambio de alquilar su fuerza de trabajo.
Cuando el fenómeno, anteriormente descrito, adquiere unas dimensiones universales, es obvio que los trabajadores asalariados buscarán las mejores condiciones para su trabajo; pero éstas cuestan dinero al empresario, por lo que ello chocará frontalmente con sus intereses, ya que su meta es la obtención del máximo lucro posible. Este conflicto fuerza la negociación colectiva, hecho que irremediablemente sitúa en una posición aventajada al empresario, debido a varios motivos:
- La posesión por éste de los medios de producción.
- La existencia de unas leyes que otorgan mayor grado de protección a los derechos de propiedad frente al trabajo.
- La garantía de mano de obra barata que nace a consecuencia de lo que Marx dio a llamar como “ejército industrial de reserva”.
En realidad, podrían darse más razones, pero éstas son las principales. Por lo tanto, cuando el empresario, haciendo gala de esa posición privilegiada, intenta imponer al trabajador unas condiciones abusivas, éste se ve abocado a la huelga. La huelga puede entenderse como un medio de presión encaminado a sustituir el régimen político imperante; o como un medio de defensa de sus intereses. La segunda, la huelga laboral es la mejor prueba de la existencia de lo que el marxismo llamaría “las contradicciones de clase”.
“Pero las huelgas no son secundadas por todos los trabajadores, así que los intereses de clase no están tan claros”. Ante ese argumento, cabe responder que si la huelga es justa, en algunos casos podría no serlo, el hecho de que ésta no sea secundada por la totalidad de los trabajadores, no significa que éstos no compartan los mismos intereses, sino que habrá que atender a otros factores para dar con la explicación.
El primero de ellos, evidentemente, sería el miedo. No es ningún secreto que cuando se acerca una huelga, algunos empresarios amenazan con métodos altamente intimidatorios a los trabajadores para que éstos no la apoyen. Otros empresarios, más inteligentes y sutiles, prefieren sembrar la creencia, en sus trabajadores, de que la empresa es de todos y por tanto hay que apoyarla. Esto es un mito deleznable, porque la empresa no solo tiene un dueño concreto a efectos jurídicos, sino que además no repartirá los beneficios equitativamente, que es lo que debería suceder si la empresa perteneciera a todos. A su vez, tampoco se toman las decisiones de manera colectiva, sino que existe una estricta jerarquía de mando.
Los motivos económicos también tienen una importancia decisiva para un trabajador, el cual debe considerar si le compensa dejar de percibir el sueldo de ese día. En opinión del que escribe, ese aspecto debe dejar de considerarse como una “pérdida” (idea deliberadamente propagada por los medios) y pasar a verse como una “inversión”, la cual se recuperaría si se consiguen los objetivos de la huelga.
Por último, cuando un Gobierno ejecuta, o al menos apoya una reforma laboral, aunque ésta cause un perjuicio objetivo a los trabajadores, qué decir tiene que se van a emplear los recursos del Estado en propagar, cuando no directamente inventar, las virtudes de la misma. Un Estado que apuesta por la economía de mercado, tarde o temprano buscará ser más competitivo, y usando de tantas excusas como quiera, tenderá a rebajar las condiciones laborales de los trabajadores. En esta dinámica, el Estado cada cierto tiempo ofrecerá a los mercados, como si fueran antiguos dioses, sacrificios de los trabajadores. Es aquí, cuando se ponen de relieve aquellas “contradicciones de clase”, ya que los sacrificios de los trabajadores resultan beneficiar a los “capitalistas” que, por otra parte, pocas veces, o ninguna, son ellos los que se sacrifican.
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