Los primeros posibles cambios geoestratégicos tras la elección de Donald Trump


El inesperado triunfo presidencial del magnate de la construcción ha desatado una mezcla de inquietud, sorpresa y nerviosismo entre buena parte de la humanidad. Este cóctel de emociones bien puede deberse a que en su campaña se mostró excesivamente polémico, realizando algunas declaraciones que son, al menos, difíciles de encuadrar. Ahora bien, casi con toda seguridad, también debemos examinar que su elección despierta ciertas suspicacias debido a que muchas de sus políticas presentan cierto grado de incertidumbre. Frente a ello, su rival, Hilary Clinton, representa la continuidad más absoluta, no solo en relación a la administración Obama, sino al conjunto del sistema en sí mismo. A la sazón de esto, si hay algo que los mercados aborrecen es la falta de previsibilidad, de modo que a través de sus influencias en los medios de comunicación se han encargado de propagar cierto grado de antipatía hacia el presidente republicano. 

Sin embargo, el tablero político se compone de muchos matices entre los que difícilmente caben aspectos planos fundamentados en rasgos maniqueos. Con esto no niego que haya grupos que defiendan sus propios intereses, incluso a costa del bienestar de los demás, pero creo que reducir la política a una dicotomía entre buenos y malos es simplificarla en exceso. Retomando el artículo, Trump ha declarado que los EE.UU. no pueden seguir siendo esa «policía del mundo». ¿Acaso detrás de esta idea está el hecho de que los Estados Unidos comprendan que, salvo en contadísimas excepciones, es justo que cada país resuelva sus propios conflictos internos? No necesariamente. Puede ser que el nuevo presidente del país norteamericano prefiera invertir esos esfuerzos en su propio Estado. Quizá por eso haya restado importancia al papel que juega la OTAN. ¿Esa motivación es buena o mala? Pues como se diría popularmente: es una motivación. Eso sí, que puede aminorar, al menos durante cuatro años, la política intervencionista que ha ocasionado los desastres de Irak, Libia, Siria, etc. 

Evidentemente, EE.UU. ejercía esa política por intereses económicos, pero también geoestratégicos. Da la impresión que ahora ambos pueden cambiar. Al respecto, es conocida la buena relación que mantienen Putin y Trump. Esta relación debería servir, al menos hasta donde le permitan al nuevo presidente estadounidense, para mejorar la sintonía entre Rusia y los Estados Unidos. En los últimos tiempos es como si la guerra fría no hubiera terminado del todo. Ello propiciaba que ambos países tuvieran sus propios intereses geoestratégicos que, en no pocas ocasiones, colisionaban unos con otros, como es el caso de Ucrania y la crisis de Crimea. En este caso es profundamente indicativo lo dicho por el ministro del interior ucraniano, quien afirmó de Trump que era un «marginal peligroso», porque éste se planteó el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia. De hecho, el presidente ucraniano, intentando anticiparse a lo que pueda pasar, incluyó en su felicitación a Trump una petición de ayuda a Ucrania «contra la agresión rusa». 

Asimismo, Rusia y Estados Unidos también tienen diferencias acerca de Bashar al-Asad y la guerra en Siria. En este sentido, Trump puede dar un giro radical a la política estadounidense, puesto que el nuevo presidente se ha mostrado partidario de no deponer a al-Asad, sino de centrar los esfuerzos militares en el Estado Islámico. Por tanto, esa nueva postura acercaría también a los EE.UU., y a Rusia, dando como resultado una política común hacia ISIS, dado que hasta ahora cada país ha actuado por separado. Al respecto, Estados Unidos ha mantenido una postura ambigua y titubeante, en la que priorizaba la defensa de sus posiciones frente a Rusia. Además, en otro orden de cosas, no hay que olvidar que esta nueva relación es la que realmente podría impedir, o al menos dificultar, una hipotética tercera guerra mundial. Esto se debe a que la amenaza de un conflicto así, actualmente, solo es posible si lo protagonizan Rusia y Estados Unidos. En primer lugar, porque los dos países han tejido una compleja red de países a su alrededor, lo que es capaz de articular un conflicto a gran escala, como ninguna otra potencia podría hacer. Pero, también debido a que ellos dos solos poseen una capacidad armamentística nuclear incomparable, por lo que un enfrentamiento nuclear entre estas potencias tendría unas consecuencias desastrosas para el planeta. En consecuencia, evitar ese conflicto debería ser la prioridad absoluta.


 

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