Sin relativismo moral no hay democracia

Protágoras de Abdera

Los regímenes autocráticos se caracterizan por aspirar a una única concepción de la política. Con esa finalidad despliegan todo su arsenal propagandístico y represor. En este sentido, sería posible trazar una analogía con el imperativo categórico de Kant, según el cual existirían unas reglas básicas universales que deberían regir la ética de todos los seres humanos. Si trasladamos este concepto a la política y, sobre todo, siendo otros (en vez de la Razón como recomendaba Kant) quienes marquen las condiciones de la convivencia social, será difícil funcionar democráticamente.

Frente a esa idea de noción absoluta, los sofistas, ya en la antigua Atenas, propugnaron el relativismo moral. Este principio entiende que la verdad es, en cierta medida, una construcción social, por lo que rechaza que puedan existir verdades incuestionables. El sofista más famoso, Protágoras de Abdera, resumió perfectamente este sentir en su conocida frase: <<El hombre es la medida de todas las cosas>>. Así pues, según esta lógica, cada persona tendrá sus propias percepciones sobre determinados hechos (también políticos). Por esa razón, puede ser que, por ejemplo, dos personas sostengan que un viento es frío y cálido a la vez.

Sin embargo, no sería cierto afirmar que Protágoras defendía un relativismo total, pues el filósofo añadió un criterio objetivo que permitía distinguir, al menos, lo más favorable de lo desfavorable. Por consiguiente, destacó como una misma comida podría saber bien para la persona sana, y mal para el enfermo. No obstante, y a pesar de la certeza de esta percepción, entendía que la salud es preferible a la enfermedad. De esta manera, el sistema político ateniense rechazó funcionar bajo un único criterio, aceptando e incorporando, por tanto, la infinidad de sensibilidades y opiniones que podía llegar albergar su ciudadanía.

En cambio, en los regímenes representativos, puesto que el poder es ejercido únicamente por la clase política, no se aplica un relativismo en los términos anteriormente descritos. Entonces, ¿qué sucede? Que triunfa una única visión, por lo que las opiniones del resto de la ciudadanía carecen de relevancia e influencia en el poder. En consecuencia, habrá una reducida cosmovisión, la perteneciente a la clase política, que tiene más validez que la de todos los demás. Este escenario da lugar a un relativismo limitado que busca ser aceptado por la mayoría de la sociedad, con la intención de legitimarse. Pero, en cualquier caso, ese relativismo limitado no proviene de la ciudadanía, es heterónomo.

Por último, conviene destacar la importancia que juega el individualismo en todo este entramado. Para que el proyecto político liberal se asentara, fue necesario despojar, o al menos reducir sensiblemente, el sentimiento de comunidad que podía existir en las personas. Así fue posible tejer un escenario en el que la política se concibe desde una perspectiva en la que las verdades ya no se crean entre todos, sino que, por separado, se debe escoger entre las opciones prefabricadas que se nos presentan. La comunidad, el modo colectivo de resolver disputas, ha dado paso a una ciudadanía aislada, en la que la deliberación social ha desaparecido, y la política ha dejado de ser pública.



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