Elecciones europeas 2014. Abstención y ¿fin del bipartidismo?



Cualquier procedimiento electoral siempre está abierto a múltiples interpretaciones. Son habituales las lecturas “interesadas”, como las que generalmente ofrecen los partidos y sus medios afines. Asimismo, también son numerosos los estudios que tratan de abarcar, de manera más o menos global, el resultado de unas elecciones. Por último, hay otro tipo de análisis que prefieren centrarse en algunos aspectos, o matices de los mismos, que han podido pasar un poco más desapercibidos. El presente artículo pertenece a este último grupo y, de forma breve, estudiará algunos elementos relativos a la abstención registrada en las últimas elecciones europeas, y observará, desde otro enfoque, la supuesta caída del bipartidismo.

Abstención

La abstención prevista para estos comicios era muy alta y, curiosamente, al final ha sido un poco menor que en las ultimas elecciones europeas. En España la abstención ha sido del 54,27%, respecto al 55,1% perteneciente a las elecciones del 2009. En cualquier caso no deja de ser tremendamente significativa, y de ocurrir en unas elecciones generales, éstas podrían no considerarse legítimas. En cambio, esa posibilidad parece no darse en las elecciones europeas, quizá porque en la Unión Europea (UE), al tener unos orígenes principalmente comerciales, no prima lo político, sino lo económico (incluso en el plano teórico). De hecho, conviene recordar que el Europarlamento tiene unas competencias menores que las de cualquier parlamento convencional, lo que puede deberse a criterios estrictamente funcionales. El centro de poder en la UE, probablemente, haya que buscarlo en otros órganos.

Sin embargo, es llamativo que la abstención en vez de aumentar haya bajado, de hecho ha sido la tónica habitual en la mayoría de Estados de la unión, con las destacadas excepciones de países como Eslovaquia y la República Checa, en donde la abstención triunfó con un 87% y 80% respectivamente. En España, la clave debería buscarse, sobre todo, en Cataluña, donde la participación (respecto de las últimas elecciones europeas) aumentó un 10,09%. Además, en ese territorio, las dos primeras fuerzas políticas (superando ambas el medio millón de votos) son dos de los partidos que apuestan por la independencia de Cataluña. Por tanto, no considero precipitado aceptar la premisa de que el eminente proceso independentista haya aumentado la participación electoral. Con casi toda probabilidad, esos votos busquen mandar un mensaje a Europa.

No obstante, es importante señalar algo más que en estas elecciones resulta especialmente visible. La abstención no ha dejado de ser altísima (18.810.754 personas no han deseado participar en estas elecciones), y pese a ello Izquierda Unida y UPyD han aumentado considerablemente su número de representantes; y además han irrumpido con fuerza nuevas formaciones políticas como Podemos. De la misma manera, PP y PSOE han perdido 8 y 9 diputados respectivamente. Estos datos contribuyen a desmitificar aquella creencia que afirma que una alta abstención necesariamente perjudica a las pequeñas formaciones y beneficia a las grandes.

¿La caída del bipartidismo?

El significativo descenso de representantes que estas elecciones han supuesto para el PP y PSOE, sumado a la subida experimentada por las formaciones pequeñas, puede invitar a vaticinar la caída del bipartidismo. Al respecto, me gustaría analizar la cuestión parafraseando la primera ley de la termodinámica: “el bipartidismo no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Me explico inmediatamente. Considero que el bipartidismo es una institución clave para la supervivencia de los sistemas occidentales de representación. Sin embargo, esta institución puede ser ocupada por dos partidos cualquiera, y que en España actualmente el bipartidismo esté representado por PP – PSOE, “solo” es algo circunstancial.

El hecho de que los sistemas electorales hayan sido diseñados para favorecer tendencias bipartidistas, prueba la importancia que el bipartidismo tiene para estos regímenes. Pero, ¿por qué es necesario? En los sistemas políticos actuales el centro del poder no se encuentra, al menos no en su totalidad, en los parlamentos, sino también en los partidos. Esta característica se debe principalmente a dos razones: 1. Suelen ser las cúpulas partidistas quienes configuran las listas electorales. 2. Existen sanciones de carácter pecuniario para evitar que quienes sean nombrados diputados no contradigan a su grupo político. Así pues, teniendo también en cuenta como se configuran los órganos superiores del poder judicial, el poder del Estado se divide entre las dos cúpulas de los partidos que, en ese momento, ocupan el bipartidismo, tomándose en ellas las verdaderas decisiones de Estado, que luego simulan (mediante deliberación) ser refrendadas en el Parlamento.

Por consiguiente, la institución del bipartidismo puede ser ocupada por partidos distintos sin que se produzcan cambios trascendentales en el sistema político. Este hecho puede responder, tal y como señaló Herbert Marcuse, a la capacidad de asimilación que posee el propio sistema, el cual es capaz de dar la bienvenida en su seno a fuerzas políticas, en sus orígenes revolucionarias, que al integrarse en él pierden su capacidad transformadora. Por esas razones, es posible que las elecciones europeas marquen esa caída del binomio PP - PSOE, pero no de la institución bipartidista, la cual probablemente sobreviva y sea ocupada por nuevos inquilinos "asimilados".


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