De cómo algunas ideologías legitiman al Estado y luego se estancan

La realidad es una, pero puede ser interpretada de muchas maneras. En este contexto es en el que tiene lugar el nacimiento de las ideologías. Una ideología concreta interpreta la realidad de una manera determinada, por tanto esa ideología se encargará de representar la realidad conforme la entienda. Resulta del todo imposible que la realidad sea vista de la misma manera para un monarca absoluto del siglo XVIII, que para un capitalista del XIX o para un obrero del mismo siglo. La distancia que les separa es enorme, también los problemas del día a día serán diferentes y el contexto cultural en el que se encuentren no tendrá nada que ver.

Sería posible distinguir dos grupos diferentes de ideologías. Las primeras serían las que tendrían una vocación justificadora, es decir las que pretende dar legitimidad a una situación ya existente. En este caso el despotismo ilustrado es una buena muestra de ello, éste trataba de dotar de cierta coherencia, en buena sintonía con las ideas ilustradas, al absolutismo como forma de gobierno. Sin embargo, estas ideologías tienden al estancamiento, pues una vez han conseguido legitimar al sistema, no necesitarán de revisión alguna, al menos hasta que ese modelo pueda ser cuestionado.

El segundo grupo podría corresponder con aquellas ideologías transformadoras. Una ideología interpreta la realidad y desea cambiarla. Dentro de esta vocación hay que destacar que el marco actual y sus condiciones son los que dan origen a una nueva ideología. No es ningún secreto que el liberalismo surgió como respuesta al absolutismo, que bajo el propio liberalismo pudo desarrollarse el capitalismo, siendo las consecuencias de éste las que tuvieron como respuesta el socialismo. Pero cuando ese socialismo comenzaba a representar una cierta “amenaza” al orden establecido surgió el fascismo para tratar de frenarlo. A pesar de ello, hay que destacar que cuando una de estas ideologías alcanza el poder puede correr el riesgo de convertirse en una ideología legitimadora, tal y como ha sucedido con el liberalismo.

Es por lo descrito aquí, que las ideologías, como apuntó Gramsci en su día, nacen, al menos mayoritariamente, en la sociedad civil y no en el Estado. Porque normalmente el Estado busca preservar su propia existencia, no transformar nada. No obstante, ese estancamiento no quiere decir que no se esté desarrollando un programa político, el Estado en sí mismo es pura política, de hecho ningún Estado es neutro ideológicamente hablando, a pesar de que su ideología pueda encontrarse estancada, su programa político no lo estará.

En las democracias occidentales se promueve la idea de que los Estados son ideológicamente neutros, porque se entiende que los depositarios de la ideología son los partidos. Pero estos Estados tienen una ideología muy determinada, son Estados capitalistas desarrollados bajo un liberalismo deformado y adaptado a los intereses de una clase determinada. Por esa razón se puede apreciar, a pesar de la alternancia en el poder de los (habitualmente) dos partidos mayoritarios, una profundización, y mayor desarrollo, de las mismas políticas. En la actualidad, una vez roto el consenso keynesiano, se esta siguiendo una línea muy marcada, en la que solo se aprecian pequeñas variaciones o diferentes ritmos atendiendo al partido que se encuentre en el poder.

El estancamiento de la ideología en el seno de los Estados, como se ha visto, implica una impronta determinista en el desarrollo de sus políticas. Eso se da porque la ideología se encuentra en el propio Estado, no en los partidos que aspiran a ser gobierno, ya que éstos forman parte de ese Estado. De esta manera, una ideología, lógicamente, reaccionaria que ya ha legitimado el modelo político actual, dará cobijo a todo aquel que comulgue con ella, mientras utilizará de los mecanismos del Estado para evitar el avance de las demás.



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