El Imperio Romano, los Estados Unidos y el predominio cultural

En el Imperio Romano, cada vez que se pretendía dar origen a una nueva ciudad o colonia, se depositaba en ésta un poco de tierra del lugar de donde provenían sus fundadores. Este acto es, evidentemente, un rito, un acontecimiento que marcaba el nuevo rumbo de esa ciudad. Pero, además era un acto respetuoso, precedido por los augurios que eran tan importantes para los romanos. El Imperio Romano no siempre se imponía por las armas, en ocasiones agasajaba a las élites locales con preciosos obsequios que las mismas no estaban acostumbradas a ver. Esa acción se puede interpretar, en cierta medida, como una demostración de fuerza. El hecho de que una potencia sea capaz de fabricar artilugios de cierto nivel y, que además, se permite regalar, solo puede implicar que posee una tecnología a la cual no es buena idea hacerle frente.

Sin embargo, es justo reconocer que el Imperio Romano no se sustentaba solo sobre el miedo, y que muchos de sus avances enriquecieron la vida de los ciudadanos que formaban parte de él. En este sentido, se aprecian inmediatamente los dos factores indispensables para sustentar un imperio: un predominio cultural y una potencia militar. Estos elementos, por supuesto, son indispensables en el ejercicio de cualquier tipo de poder.

El Imperio Romano no se avergonzaba de reconocer que ejercía como tal, y de que su dominio se extendía hasta donde fuera posible. En cambio, los Estados Unidos no proclaman su condición de imperio, a pesar de que se vanaglorian de su potencia armamentística; de su papel de garantes de las libertades en el mundo; y de aplicar su ideas políticas en otros países. Empero, su dominio se ejerce de una manera más sutil, ya que nunca llamará colonias a los pueblos en los que interviene su ejército, ni tampoco nombrará formalmente gobernadores para esas tierras. Ellos prefieren propagar la idea de que han liberado a determinado pueblo de un régimen totalitario. Las realidades sociales que construye el lenguaje nunca deben subestimarse.

En cambio, los EE.UU. no llevarán un poco de tierra de su país para dar comienzo a esa nueva era. Probablemente ese período de esperanza y prosperidad tenga su punto de partida con la inauguración de algún McDonald´s (símbolo inequívoco de la cultura estadounidense). De esta manera, se tratará de establecer, a su vez, un predominio cultural. En este campo EE.UU. es donde se mueve con una soltura increíble. El modo de vida americano como, por ejemplo, las hamburguesas, la Coca - Cola y el cine se encuentran incrustados profundamente en el inconsciente colectivo. Son elementos con los que convivimos a diario, pero es esa sensación de cotidianeidad la que nos hace olvidar que éstos tienen un mensaje implícito.

“Podrás ser libre si bebes Coca – Cola”. Parece que la libertad podría reducirse a ese mensaje, o, como mucho, a elegir entre este refresco y su máxima competidora. Esa es la libertad de acción del consumidor en una sociedad capitalista. Se ofrecen unas opciones predeterminadas y se invita a elegir entre éstas. Dicha premisa suele ser válida también en el ámbito político. Esta situación fue sintetizada perfectamente por Eduardo Galeano, en aquella historia de la gallina que no quería ser comida de ninguna de las maneras, pero el cocinero le recordó que ese deseo estaba fuera de su elección, que a ella solo se le permitía elegir la salsa con la que sería cocinada.

El cine estadounidense también tiene una vertiente ideológica innegable que se repite en la mayoría de sus películas. Es llegado este punto cuando se aprecia el contraste con el cine soviético, en el cual no solía existir un protagonista, pues el protagonismo debería recaer en el pueblo, y no en una persona, pues eso se encuadra dentro de valores individualistas. Hoy en día resulta casi inconcebible el cine sin protagonistas, y si éstos consiguen que empaticemos con ellos, en buena medida nos gustará la película. El problema es que ese personaje estará imbuido de unos valores (los estadounidenses) que pretenderá imponer sobre los “malos” (que no comparten esos valores) para poder conseguir el final deseado. A este valiente tampoco le suele faltar la chica con la que se besará al final. Parece que para la mayoría de los cineastas del país del dólar, las chicas, por sí mismas, no son capaces de salvar al mundo.



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