25S: ¿El pueblo contra la clase política?


¿De qué manera se puede interpretar la concentración del 25S (y siguientes)? ¿Es una protesta contra el propio sistema político o contra los recortes de un determinado gobierno? En realidad, el asunto no debe trivializarse, y solo analizarlo en un sentido amplio nos permitirá adivinar la naturaleza del mismo. Evidentemente, pancartas que rezan lemas como: <<Esto no es democracia>> o el ya famoso <<no nos representan>>, dejan bien claro que la protesta se dirige contra el propio sistema político. Pero, a su vez, los recortes del Partido Popular han espoleado, casi con toda seguridad, a muchos ciudadanos a apoyar la movilización, a la par que han reforzado la desafección de éstos para con el régimen actual.

Por lo tanto, lo que se ha generado es una reacción contra el sistema político al completo. Es absurdo, a pesar de que puedan existir ciertas diferencias, que se traten de excluir de esta protesta (como si no fuera con ellos) políticos de algunos partidos. Y más draconiano resulta todavía, que políticos que pertenecen al sistema, fortalecen el sistema y contribuyen, por tanto, a su perpetuación, traten de sumarse a una marcha que va, en esencia, contra ellos mismos. ¿Acaso esta situación no resulta tan cómica como si un empresario decidiera afiliarse a un sindicato? Esta contradicción, se acabó materializando cuando Alberto Garzón, diputado de IU, probablemente con buena intención, decidió rechazar la protección policial al salir del Congreso, sin embargo, al menos según Tele 5, acabó necesitándola tiempo después. Este ejemplo, sirve para ilustrar como la protesta representa el hartazgo hacia el sistema y, por tanto, también hacia todos sus integrantes (y cómplices), o sea la clase política.[1]

¿De qué manera reaccionó el sistema? Replegándose y protegiéndose de un pueblo, previamente criminalizado, a través del establecimiento de un dispositivo policial, cuya cantidad de recursos no parecía indicar que su misión era salvaguardar el orden público, sino, más bien, al propio sistema, mediante una estrategia que será explicada más adelante. La policía actuó como la Guardia Pretoriana de la Antigua Roma, y en esta ocasión funcionó también como guardia personal de los políticos, aunque no se limitó a proteger la integridad física de éstos, sino que a su vez buscó impedir una hipotética Toma de la Bastilla en Madrid, la cual solo existía en la calenturienta mente de algunos políticos extremadamente conservadores.

Ahora conviene hace un pequeño paréntesis, para analizar los mitos, repetidos estos días, con la intención de invitar a la gente a conformarse con lo que hay. Sus argumentos bien podrían caricaturizarse de la siguiente manera: “Las urnas todopoderosas e incuestionables han determinado un gobierno legítimo, y ningún otro mecanismo podría hacerle caer, ¡esto es democracia y respeto a la ley!” En realidad, frente a estos manidos argumentos, cabría hacer dos acotaciones:
  1. El número de sufragios con los que el PP consiguió la mayoría absoluta fue de 10.830.693 votos frente a 35.779.208 posibles, lo que supone “únicamente” algo más de ¼ de apoyo. No se trata por tanto, de algo tan abrumador, así que deberían formular sus juicios con algo más de humildad. De hecho, la abstención alcanzó los 10.028.661, una cifra cercana a los sufragios que le otorgaron la mayoría absoluta.[2]
  2. El poder omnímodo de las urnas descansa en la manera en que se ha potenciado la idea de que democracia es igual a voto. Ello nos obliga a lidiar con un sistema en el que el único canal de participación es el procedimiento electoral, el cual, además, lleva implícito un plebiscito de aprobación del régimen, ya que una alta abstención supondría su cuestionamiento. De ahí nace el mensaje inequívoco que lanzan todos los políticos: ¡Votad a quien sea, pero votad![3]

Una vez comentados esos aspectos es posible retomar el análisis del comportamiento de la policía, no sin antes destacar el hecho de que es el Gobierno, más concretamente el Ministerio del Interior, el último responsable de la actuación de los antidisturbios. Lo cual no debe distanciarnos del objetivo perseguido. Evidentemente, la protección del sistema exigió blindar el Congreso. El primer objetivo, relativamente sencillo, se cumplió y con él la clase política continuó “representando” al pueblo, pero sin el pueblo porque estaba en la calle. Esto es algo que aplaudirían los déspotas ilustrados de antaño.

Pero, y he aquí lo interesante, el 25S es un acto que, por la relativa frescura de su contenido, ha inquietado al stablishment, por lo que éste oteó la necesidad de evitar actos parecidos, de modo que la prioridad fue trazar una estrategia con fines disuasorios. Y es en este contexto cuando cobra especial sentido la idea de los agentes infiltrados, con intención de reventar la manifestación y crear una aparente situación de legitimidad para las cargas. De esta manera, una vez “justificadas”, éstas fueron especialmente crueles y desproporcionadas (para muestra las numerosas imágenes y videos), e incluso indiscriminadas (los policías estuvieron a punto de linchar a uno de los suyos, en el ya famoso video del “soy compañero”). En ese sentido, no es posible hablar de incidentes entre manifestantes y policías, ni mucho menos de batalla, porque en realidad fue una masacre llevada a cabo por un bando organizado y debidamente armado, frente a otro cuyos integrantes huían sin ofrecer ningún tipo de resistencia, pues su única, y comprensible, finalidad era ponerse a salvo. ¿Que habría sucedido si el bando apaleado, en vez de encontrarse desorganizado, hubiera respondido disciplinadamente como las antiguas falanges griegas?

A continuación, una vez reventada la manifestación, la policía en vez de reagruparse, pues ya habría logrado su objetivo, se dedicó a perseguir a la gente hasta la estación de Atocha, en lo que fue una imagen verdaderamente dantesca, porque ¿quiénes actúan de esa manera? Los soldados que buscan cortar la huída del bando que se retira de una batalla; estos actos carecen de sentido si se pretende, únicamente, disolver una manifestación. Sin embargo, esa acción cobra sentido si lo que se quiere es atemorizar a una parte de la población, para, de esta manera, disuadirla de participar en futuros actos.

A tenor de lo dicho, el 25S es posible concebirlo como un enfrentamiento entre el pueblo y clase política. Entre los que piensan que este sistema no da más de sí, y entre los que viven de él. Entre los que creen que esto no es democracia, y entre quienes en cada elección persigue su victoria. En definitiva: entre quienes, inocentemente, levantan sus manos recordando que “esas son sus armas”, y entre quienes mandan a la policía para proteger sus privilegios.

  

[3] Esta idea es desarrollada en otro artículo mío: ElProceso electoral. ¡Votad y callad!

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